Él la miró. Su preciosa silueta quedaba enmarcada por la brillante luz de la mañana, proveniente de la ventana. El sol iluminaba su oscura cabellera, aclarándola parcialmente por una parte. Él la contemplaba fascinado, preguntándose internamente qué significaban esas revoltosas mariposas de su estómago. Los ojos de ella brillaban y miraban al infinito incitándole a acercarse y conocerla. Pero claro, eso era imposible. ¿Como una chica tan preciosa, tan frágil, tan diferente podría quererle? 

Ella le miró cuando él apartó la vista. No pudo evitarlo. Como siempre, él estaba radiante. Su pelo oscuro estaba desordenado de una manera adorable. Sus ojos, tan verdes como una esmeralda, escondían en su interior una personalidad que ella moría por descubrir. Un sinfín de pecas se esparcían por sus sonrosadas mejillas. Pero, lo que más destacaba dentro de su maravilloso ser era su sonrisa. Esa sonrisa tan natural, siempre en su rostro. Esa sonrisa tan irresistible que como ella bien sabía, no la pertenecía.

Él la volvió a mirar. Pero sucedió lo inesperado.

Ella le miró. Y se produció lo impensable.

Sus miradas se encontraron. La de él, sorprendida y vergonzosa; la de ella, insegura y delicada. Los ojos verdes de él chocaron con los pardos de ella y, os lo juro, saltaron chispas. La mirada de él la miraba ahora deseoso y la de ella le miraba ardiente. 

Y entonces los dos comprendieron lo que era estar enamorados.

Comentarios

  1. Me ha encantado, la entrada está muy bien escrita y el ir redactando los pensamientos de los dos le da un toque más personal.
    Un beso
    Silvia Soñadora

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