Tú solías venir con todas esas flores de colores y me dedicabas un par de sonrisas mientras me las dabas y yo te devolvía otra algo forzada, es así.
Puede que tú fueras el pájaro que mas alto volaba
y yo el triste perro atado a un poste sin libertad alguna.
Puede que tu fueras las estrellas que más brillaban en la pradera
y yo el cielo contaminado de Madrid.
Quizá yo no era la otra mitad que andabas buscando y te juro que intenté que todas nuestras piezas encajaran, te lo juro. Pero todas las noches pensaba qué sería de nosotros si uno de los dos ya no estuviera allí.
Y también te juro que mi postura no cambiaba.
Yo seguía siendo la que se moría de aburrimiento y la que aburría.
La que le tenía alergia a todas esas preciosas flores.
La que nunca volaba, porque temía la caída.
La que no sabía cómo demonios brillar en aquel oscuro cielo.
La que no podía seguirte mucho más.
Y no quería. No quería dejarte ir muy en el fondo, ¿sabes?
Pero hubiera sido lo más estúpido de este maldito mundo haberte mantenido junto a mi, porque tarde o temprano te habría cortado las alas, habría marchitado todos aquellos ramos y te habría cubierto de tierra para apagarte.
Y sin querer, sin querer, te dejé de querer.
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